4.10.07

No soy yo, es Newton (JL Borges)


Por supuesto, está en la imaginación de muchos. Tiene todo el glamour necesario, el desafío y el toque de adrenalina que buscamos. Pero siempre lo vi lejos de mi realidad. Sin embargo Néstor, un buen amigo de Remo Aventura de Santa Lucía, desde tiempo atrás estaba buscando la oportunidad. Y por supuesto, cuando me preguntó si me interesaba el proyecto, la respuesta fue afirmativa. El se encargó de todas las averiguaciones y arreglos. Y todas las líneas que siguió, lo llevaron a la misma persona: Oscar Fassi (oscarfassi@hotmail.com). Y bueno, los astros se alinearon, el momento se dio y recibí el llamado de Nestor: "¿Nos tiramos el fin de semana?". El paracaídas nos esperaba.

Y así llegué con Stella y Miguel al Aeroclub de Canelones. En verdad, mi única preparación fue cargar las baterías de las cámaras. Viene precedido de una buena fama, y conociendo a Néstor estaba seguro que sería cuidadoso con la elección.
Oscar estaba en el hangar, y a los pocos minutos llegó Antonio -quien sería el camarógrafo que registró el salto y sus circunstancias-, Ivanna y Cachorra. Mientras esperábamos el avión que llegaría desde Melilla, completamos algunas formalidades.
Saltaría primero Néstor. Un breve briefing o instructivo de las maniobras que debería realizar y lo que iría a suceder.

El salto que realizaríamos sería en "tándem". Oscar, como piloto hará todas las maniobras necesarias con un mínimo de nuestra colaboración (creo que sin colaboración también podría hacerlo). Nosotros, como pasajeros, iremos sujetos al arnés del piloto, sin mucha más responsabilidad que disfrutar.

A continuación, a colocarse el arnés, el ridículo casco y unas antiparras, y se dirigen al avión.

En este, además del piloto, embarcan Rafa (que aprovecha nuestros vuelos y hace saltos de práctica), Antonio, Oscar y Néstor.

Despega y los que vinimos a ver el salto ya nos ponemos ansiosos. Con ansiedad o sin ella, debemos esperar que el avión de varias vueltas en espiral hasta llegar a la altura adecuada, casi fuera de nuestra vista, para saltar.

Soy uno de los últimos en reconocer (dada mi agudeza visual) un velamen multicolor que desciende, pero trae a una sola persona. Es Antonio, quien se apresta a seguir filmando. Nos fijamos nuevamente hacia arriba y vemos acercarse a Oscar y Néstor. Exactamente donde lo está esperando Ivana, toca tierra con suavidad.

El grupo se dirige al hangar, donde pliegan los paracaídas sobre una lona. Esto es una tarea demorada y cuidadosa. Con el cuidado con el que doblo las carpas, me parece que no haría mal este trabajo. A pesar que el tiempo pasa, por supuesto no apuramos para nada el proceso.

Mientras Ivana pliega el paracaídas de Oscar, conversamos un rato distendidamente. Me imagino que las preguntas y los comentarios que hacemos los debe haber escuchado cientos de veces! "¿Alguna vez no se te abrió el paracaídas?" ¿Qué pasa si te falla?" "¿Se puede hacer como los de las películas?". Con buena onda, y como si nunca las hubiera respondido, hace los comentarios y responde con simpatía.

Nos explica que el paracaídas para usar en saltos en tándem tiene casi el doble de superficie de velamen (y el doble de tela) que uno normal.
En la especie de mochila que va a su espalda, lleva el paracaídas principal y también el de reserva. También una computadora que registra la velocidad de descenso, y que si esta supera determinada marca, a los 1900 pies abre el paracaídas.
Nos explicó los sistemas de liberación del paracaídas, etc. En realidad, trasmite mucha tranquilidad. Se le nota muy profesional y en conocimiento de lo que hace.

Ahora es mi turno: nuevamente el briefing, conmigo como protagonista. Volvemos al hangar, me coloca el arnés y abordamos el avión con los mismos pasajeros que la vez anterior con el obvio cambio de Néstor.

Le había solicitado de llevar una cámara a bordo para hacer algunas tomas, pero como el avión no regresará al aeroclub, si no que lo hará directamente a Melilla, no puedo hacerlo. El espacio disponible es pequeño y debemos acomodarnos con cuidado. Un corto carreteo por la pista de pasto, y estamos en el aire. Después de algunas turbulencias a baja altura el vuelo se torna tranquilo.

Ascendemos en espiral hasta llegar a los 9000 pies (1 pie=0,3048 m., o sea que serían unos 2.740 metros). En el ascenso que duró aproximadamente 30 minutos, se puede apreciar desde Colonia hasta Punta del Este, Montevideo y Florida. Si bien el día estaba muy agradable y soleado, había una bruma en el horizonte que dificultaba la vista.

El piloto informa que llegó a la altitud deseada. Se abre la puerta y el viento se cuela, con frío y con ruido.
Unas pequeñas correcciones de rumbo y nivel que sugiere Oscar, y me corro hacia atrás, de acuerdo a lo ensayado. Veo que Antonio está filmando desde el exterior, sujeto al parante del ala. Rápidamente, Oscar se gira hacia afuera, un saludo al piloto "buen salto/buen vuelo", se empuja hacia afuera... y estamos cayendo!

La primerísima sensación es de reconocimiento: "Estoy cayendo, ya salí del avión!" Por supuesto, demoro mucho más en decirlo que en sentirlo. La segunda, es de terror! Comenzamos a acelerar desde 0 hasta unos 200 km/h, pero en los primeros metros siento casi la misma sensación de vacío que en la montaña rusa, con el pequeño detalle de tener 2700 metros de aire debajo de mis botas. Esto duró menos de un segundo. En seguida Oscar me recuerda que debo abrir los brazos y el freno del aire estabiliza la caída libre, en alrededor de unos 200 km/h.
Oscar me levanta la cabeza hasta que veo a Antonio, que se acerca hasta casi el alcance de la mano, filmando la caída.

Durante aproximadamente 30 segundos estamos en caída libre, hasta que Oscar avisa que va a abrir el paracaídas.El ruido cesa de repente. Se siente una deceleración sostenida y fuerte, que no llega a ser un tirón brusco. Antonio sigue raudo hacia abajo, y veo pasar también a Rafa.

Oscar me acerca los controles del paracaídas, y tirando de un lado y del otro hacemos algunos giros. Al acercarnos a tierra veo que Ivana está lista para asistirnos, y tocamos tierra con absoluta suavidad, a menos de 50 cm. de donde ella está.

Lo demás, es lo previsible. Quitarme el arnés, saludar a los amigos, no poder contar con exactitud lo sentido.

Unas pocas palabras más, una coca que compartimos gracias a la gentileza de Oscar, y partimos de regreso.

3.10.07

Al Aconcagua - Epílogo



En tiempo pasado entre esta experiencia y hoy, me ha permitido tomar cierta distancia de los acontecimientos. El relato fue tomado directamente del diario de viaje, y aquel, escrito con la emoción del momento. No siempre fui justo con mis compañeros, y seguramente, fui demasiado indulgente con mis yerros.

La convivencia en un ambiente tan agresivo no fue fácil. En un grupo relativamente grande, de tan distintas edades y backgrounds diferentes, encontrar un "único" camino resulta prácticamente imposible. El enfoque que se le dio desde un inicio al grupo resultó en una mejor cohesión, y sin dudas, la amistad de largos años con Chavy resultó muy positiva.
Con algunos, sintonicé mas rápidamente, y con otros no resultó fácil.
Sin embargo, creo que si comparamos nuestras vivencias con la de otros grupos en la montaña debemos reconocer que ha sido altamente satisfactoria.

El haber logrado la cumbre fue magnífico. Es indudable que me siento orgulloso, por mi y por el grupo.
Sin embargo, es accesorio. Junto a nosotros, había en la montaña gente que lo merecía tanto o más que nosotros. y no lo logró. El clima, el físico o el ánimo propio no se lo permitieron. Suerte, casualidad, oportunidad o lo que sea nos puso en condiciones de llegar.

Lo más importante de todo esto no fue hollar las piedras de la cima. En estos días, encontré en mi y en los demás cosas que desconocía.
Pude expandir mis límites mucho más allá de mi horizonte. Descubrí fortalezas y debilidades.
Disfruté de momentos simples en lugares maravillosos, que hacen emocionar hasta las lágrimas.
Aprendí a intentar un esfuerzo más, otro paso más adelante, otro metro más arriba.

No necesitamos viajar a la montaña para lograr nuestra "cumbre".
Está dentro de cada uno.

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2.10.07

Al aconcagua - Día 25


07.02.05 – Mendoza

Después de una noche agitada pero reparadora, nos despertamos con tiempo para el desayuno. Organizamos un poco las mochilas, pero más que orden, el objetivo es que entre todo, a como de lugar. Recuperamos los objetos compartidos durante la expedición, etc. Como tenemos un poco de tiempo, después de compartir un rato en el fondo (en donde se hacen notorios los efectos de la pérdida de peso) salimos a pasear por el centro de Mendoza, en subgrupos.

A la hora convenida, nos encontramos en el Hostel, y en un par de taxis llegamos al aeropuerto "El Plumerillo". La funcionaria de Uair nos dio un rezongo por llegar sobre la hora, pero estaba más deprimida por la noticia de que en breve cancelarían los vuelos de la empresa.

El vuelo hasta Carrasco fue muy tranquilo, sólo con la ansiedad del próximo reencuentro con la familia.

Al llegar, los trámites de rigor, y al salir al hall, muchos amigos y por supuesto la familia!

Al Aconcagua - Día 24

06.02.05 – Domingo – Plaza de Mulas

Temprano estamos levantados, y rápidamente aprontamos los efectos que se van a llevar las mulas. Prácticamente, todo. Solo viajaremos con una pequeña mochila con una campera, algún alimento y casi nada más.

Partimos con paso largo. La “Cuesta Brava” también es medio complicada en bajada. Pero es solo un rato. Dejamos el Refugio Colombia (o sus ruinas) a nuestra derecha.

Sin esfuerzo, llegamos a las piedras que marcan “Ibáñez”, sólo un punto en la Playa Ancha. Aprovechamos para almorzar, y conversamos, con demasiado orgullo, con unos chicos que van hacia Plaza de Mulas.

Un breve descanso, que en realidad no necesitamos mucho. Al bajar, tenemos mucho más oxígeno del que estábamos usando hace apenas unas horas.

Seguimos viaje, cada vez caminando más rápido. Tenemos que llegar antes de las 16:00 a Puente del Inca, porque a esa hora sale el ómnibus para Mendoza. Si lo perdemos, se nos complica la combinación con el avión de retorno a Montevideo.

Cuando llegamos a la línea de vegetación, Chavi se separa y trato de alcanzarlo. El resto del grupo va quedando un poquito atrás. Cruzamos el puente y casi sin mirar a nuestra izquierda, pasamos por Confluencia. Ahora somos esos caminantes que veíamos pasar rápidamente hace un par de semanas atrás, mientras acampábamos ahí.

A pesar de estar casi corriendo, no noto el esfuerzo. Llegamos al puente “Brad Pitt” y en poquitos minutos dejamos atrás la Laguna Horcones y llegamos al puesto de los Guardaparques.

Ahí tenemos que marcar nuestra salida. Nos preguntan si hicimos cumbre y –otra vez con excesivo orgullo- hacemos bromas. “¿Cómo? ¿No era obligatorio hacerla?”

En la oficina de los Guardaparques nos encontramos con el resto del grupo, y nos pasan un reto por habernos alejado tanto. Pero dentro del ambiente que había, creo que en realidad no nos importó mucho, ni a los rezongados, ni a los rezongantes.

Nos resta llegar a Puente del Inca, y el tiempo apremia. En el estacionamiento hay una camioneta con cuyo chofer Pedro negocia el viaje de regreso. Nos tiramos de cabeza adentro, con las piernas entreveradas, etc.

En pocos minutos estamos en Puente del Inca. Nuestras prioridades son conseguir los pasajes para el bus a Mendoza, recuperar los bultos que bajaron en mula y comer algo. El orden de éstas no está muy claro.

Nos dividimos las tareas. Tenemos menos de 30 minutos antes que salga el ómnibus, pero contamos con buena estrella, sin dudas. Recuperamos los bultos sin problemas y en buen estado. Conseguimos los pasajes y hasta con asiento. Y en lo de Daniel se esfuerzan para prepararnos unos "lomitos", nunca tan tiernos y sabrosos.

Con la ansiedad que tenemos, comemos los "lomitos" parados, al lado del bus, mientras acomodamos las mochilas. No nos damos cuenta de nuestro aspecto, sucio y cansado, tragando con avidez, hasta que un par de turistas hacen un comentario.

En el viaje a Mendoza, el calor y el encierro nos recuerdan la necesidad del un buen baño. No tengo dudas que los demás pasajeros también lo tienen presente.

A la llegada a Mendoza, el Hostel Savigliano nos espera sólo al cruzar la calle. Después de las necesarias duchas, vamos a cenar. Pero estamos tan cansados como excitados, por lo que vamos muy cerquita, a la terminal, donde hacemos la cena de despedida.

A la salida, nos encontramos con Daniel y su esposa, lo que motiva una ronda de cerveza. Otra más.

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